Llegó de Santiago de Alcántara,
provincia de Cáceres, hace 45 años a Gipúzkoa. Pasó 17
años en Zizurkil y lleva 28 en el barrio de Egia de
Donostia. Basilio Rubio, de 78 años, ha decidido donar
el cuerpo a la ciencia.
-¿Cuándo
tomó la decisión?
- Al morir mi hija de 34 años,
hace ocho años. En el Hospital Donostia nos propusieron
que donásemos sus órganos y así lo hicimos. Quisimos que
nuestra hija estuviera viva en otras personas. Pasado un
tiempo, leí que existía un registro de donantes de
cuerpo y que había un monumento donde se depositaban las
cenizas. Me puse en contacto con la UPV y me enviaron el
carné de donante (lo enseña). Visité el Bosque de la
vida y supe de toda la gente que había donado el cuerpo.
Hicieron una obra maravillosa.
- ¿Y por
qué dio el paso?
- Para mí es un orgullo saber que,
cuando fallezca, mi cuerpo seguirá sirviendo a la
ciencia para el bien común.
-
¿Anteriormente había pensado en esa posibilidad?
- Antes sólo pensaba que, al
morirme, me iban a enterrar en el panteón de Santiago de
Alcántara. Mi familia ha acabado allí y no ha servido
para nada. Yo quiero que mi muerte sea positiva. En vida
estoy disfrutando de la decisión que he tomado.
- ¿Ha
visualizado su cuerpo en una clase se medicina?
- He pensado en ello y no me da
miedo. Estaré muerto. A los alumnos de medicina que me
traten no se les olvidará mi cuerpo. Un puñado de
futuros médicos aprenderán anatomía con mi cuerpo y, en
el futuro, quizás eso les sirva para salvar vidas. Ese
es el fin. Pensar que aprenderán conmigo me llena de
orgullo.