LOS HELADOS DEL TIO LIEBRINO

Son muchas las veces que he escuchado a mi madre y a mi tía Emilia decir eso de: «los helados buenos eran los que hacía el tío Liebrino».

Como el verano es la época, por excelencia, de comer helados y en recuerdo del artesano que, sin contar con demasiados medios deleitó el paladar de muchos, escribo aquí unas pocas líneas dedicadas a su memoria.

Florencio Pintó Galán, más conocido como el tío Liebrino; quizás apodado así por ser de baja estatura y de carácter inquieto y nervioso. «Es como un liebrino» solían decir los que lo conocieron. Casado con Bárbara, mujer de armas tomar, alguna vez que otra el tío Liebrino repetía: "Bárbara, Bárbara, esta mujer no es Bárbara es una barbaridad”.

Era natural de Valencia de Alcántara. Se dedicaba al cultivo de una huerta que tenía arrendada en Santiago. Como lo de la huerta no daba para mucho, se dedicaba a hacer y vender helados, elaborados con productos caseros.

Vivía en una casa que había en la huerta, el sábado de cada semana venía al pueblo. Aquí se hospedaba hasta el domingo, que era cuando vendía los helados, en la posada del tío Justo Barbado y la señora Florencia; para más señas padres de la señora Leoncia,”la de la posá ».

Para elaborar los helados necesitaba hielo, Santos Ambrosio (mí abuelo) era el encargado de traerlo desde Valencia de Alcántara en su camión. Eran barras que pesaban 25 kilos, solía traer dos, en sacos de anjeo llenos  de paja para conservarlo.

Para hacer el helado utilizaba cubetas, una grande y otra pequeña, en la que mezclaba los ingredientes. Esta cubeta la introducía en la grande, donde estaba el hielo; y así con una gran paciencia iba dándole vueltas hasta que el helado cuajaba. El sabor de los helados era de limón y mantecado.

El domingo colocaba las cubetas en su carro de heladero y, vestido con pantalón negro, chaquetilla corta blanca y gorrito blanco, salía a venderlos. Después de la siesta se situaba en la puerta del Casino del "señor Manolo”', y en el descanso del cine podía oírse aquello de: «al rico helado, al rico helado».

Había helados de cucurucho y de galletas, según el grosor del helado así era su precio. Para servirlos utilizaba una máquina (difícil de describir), los helados más baratos eran de 1 peseta y los más caros de 2 pesetas.

También iba a la entrada de la carretera de abajo y si sobraban helados los vendía por las calles.

Así transcurría el domingo, por la noche el tío Liebrino se retiraba a descansar y a la mañana siguiente volvía a su huerta.

               “ Al rico helado, al rico helado".

                                                                                   Mª José R.